Esto
no ha hecho más que empezar
—Aquí está la Fila
7.
—¿Asientos?
—13 y 14, pero vamos
a entrar por aquel pasillo así no molestamos a nadie.
—Me voy a sentar
aquí para estar más holgado.
—Vale.
—Si viene alguien
nos quitamos.
—Pues míralo ya.
—¿Dónde?
—En «Comprar entradas».
—¡Ay, sí! Es verdad.
A ver… Vendidas, nos tenemos que mover.
—¿Te quieres poner
aquí? Yo me echo para allá.
—Da igual, chico,
gracias. Se va a ocupar la fila entera.
Así fue como
Robe y Mario, los chicos de las butacas de al lado, consiguieron hacerme
levantar la vista del móvil donde apuraba los últimos minutos, antes de que
empezara la sesión, para, en Instagram, dar likes a videos tiernos de
animalitos y leer los comentarios entorno a la última sesión de control del gobierno
en el Diario.es.
Lo de sus
nombres vino a continuación porque a pesar de que bajaran la voz hasta el
susurro yo ya tenía toda mi atención puesta en ellos: pura curiosidad. La
tonalidad dulce de las voces con la que se hablaban, no correspondía a esos dos
tipos, L y XXL, que acababan de entrar en mi campo de visión. Decidí descubrir
si aquella era una salida de amigos o una cita amorosa. A mí me importaba lo
justo como para distraerme un ratito ursurpándole el papel a Maud West en la
tarde de un domingo que se había convertido en interminable con el cambio de la
hora.
—¿Sabes Rober?, esta sala es la más
grande. Aquí vine a ver Dolor y gloria y apareció Antonio Banderas: había
ganado el Goya al Mejor Actor 2020 con esa película.
—Me quedé loco, ¡qué me gusta! En persona
gana, ¿sabes? Vive ahí cerquita, donde yo.
—Pero también fue nominado para los Óscar
con esa película, ¿no, Mario?
—Sí, pero lo ganó el de Joker, ¿cómo se
llama?
—Joaquín Phoenix
—Pues ese.
El calor húmedo
de Rober se pegó a mi cuerpo al sentarse junto a mí invadiendo mi espacio; me
crispé durante unos segundos. «Ya te vale, tía, es una cuestión física, el
chaval no cabe en su asiento», me reproché. Decidí entonces disimular la
incomodidad y espiarlos de reojo, pero las luces se apagaron para dar paso a la
intro.
Durante la
media hora que siguió noté como los músculos del chico se tensaban y su sudor profuso comenzaba a impregnar mi
camisa, mi piel. El muslo, espasmódico, se le tensaba rígido unos segundos para
volver a perderle el control. Me preocupaba el rostro que conseguí ver a la luz
del fotograma de un amanecer; brillaba rojo, contraído: lo estaba pasando mal.
Justo entonces lo oí bisbisear a Mario:
—¿Dónde vamos a comer?
—¿No puedes esperar a que
salgamos? —le
responde Mario con voz rasposa.
—«Pobre muchacho, eso es
lo que a él le gustaría, salir ya».
Levanté el
brazo del asiento que compartíamos con un gesto que quise fuera normal, y me
pegué lo que pude hacia el lado opuesto en un intento de liberarnos. Yo estaba
junto al pasillo, y eso me daba ventaja.
—¿Cuanto dura la película, Mario?
—90 minutos
Ahora el
susurro era ronco
—¿Y cuánto queda?
A Mario se le
subió el tono
—Pero bueno, ¿no eras tú el interesado en
venir?
—Perdona —se disculpa mientras hace un intento vano de
cambiar de postura ya que las piernas atrapadas en un ángulo agudo apenas le
dejan moverse.
Entonces me
atreví a decirle:
—Chico, vamos a cambiarnos de sitio.
—No, por favor, señora, estoy bien
—Pero, ¿cómo vas a estar bien si estás
encajonado en ese potro de tortura? Venga, aquí podrás sacar las piernas al
pasillo y liberar un brazo —insisto—. Tiro de él para moverlo, cosa imposible,
pero logro convencerlo.
—¿Dónde vas? —le increpa su compañero mientras
los primeros «chis» se hacen eco en la sala.
—A cambiarse de sitio, ¿no ves que no
puede más?
—¿Y usted quién es para
meterse donde no la llaman?
—¡Cállate!
—Vale, Vale —responde
avergonzado ante el tono imperativo nada usual de su compañero.
Cuando
terminaron los últimos créditos y las luces se encendieron, Rober y yo nos
buscamos las sonrisas. Su rostro relajado me decía que sí, que estaba bien.
Me sorprendió
ver que Mario me miraba con enojo. El placer de estar "pegadito,
pegadito" a su amigo no le había dejado ver que la sala sería la más
grande, pero las butacas no daban la talla.
Un frío
inesperado me sorprendió a la salida y la oscuridad era la de ayer una hora más
tarde. De camino al bus me dije: «Ja, lo que tú decías, Maud West, esas voces
formaban parte de un juego amoroso; y ahora a rezar para que te toque un bus
universal».
Mañana ajetreada
—Señora,
siéntese.
—Gracias.
A Dña. Maria le
ha venido de escándalo que le cedan el asiento. Ha ido al médico, después al
mercadillo para comprar verduras, unas flores para su difunto Pepe y el pan en
Rute. Ahora va cargada, cansada, con los tobillos edematosos y unas varices de
cuerda de tender.
—¡Uy! ¿Y está gatita
tan guapa? —le dice a la bebé
que desde el regazo de su madre, y sin para de moverse, la mira seria con una
diadema con orejitas y unos grandes bigotes pintados.
—¡Candela, hija, para ya! Muack, muack.
La anciana ve
delante de ella, en un carro doble de bebé que sujeta el supuesto padre, a otra
Candela cansada y llorosa.
—Mira a tu hermanita
—le dice sonriente —, parece que también le han pintado la
naricilla tan colorada de llorar —. Y Candela
esconde la cabeza en el pecho materno.
—Toma, Nena —dice a continuación la joven madre mientras se vuelve para
darle la bebé una la chiquilla que está detrás.
—¡Mamá!, ¡mamá! Candela se quiere volver contigo.
—Espera, que estoy mirando una cosa en Instagram.
—¡Mamááá!, venga ya, que me araña.
—Voy, ya termino. Espera.
—Manolo, ¿qué vamos a hacer mañana?
—¿No íbamos a ver a mi tía?
—¿A tu tía? ¡No te enteras de ná, Manolo! ¿No nos dijo tu prima que está
en la UCI?
—¡Yo qué sé! Eso es cosa tuya, bastante tengo yo con trabajar.
—¡Manolo, la niña!, ¡qué vuelca el carro! Y dale al timbre que nos
bajamos en la próxima, ya hablaremos en casa.
—¡Nena, vamos! Espabila que te quedas aquí, y coge a tu hermana que me
están llamando —puntualiza—, y sin rechistar.
Dña. María agarra el ramo y las bolsas con la mano libre y artrítica y,
con una habilidad que ni ella misma se reconoce, se aparta no vaya a coger
rachón.
—¡Vayan con Dios, familia! —Y suspira al verlos salir mientras se acomoda
en el asiento y piensa que ya no está para esos trotes.
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