lunes, 10 de noviembre de 2025

1_EJERCICIO_MAMEN SANZ

 

Esto no ha hecho más que empezar

 

Aquí está la Fila 7.

 

¿Asientos?

 

13 y 14, pero vamos a entrar por aquel pasillo así no molestamos a nadie.

 

Me voy a sentar aquí para estar más holgado.

 

Vale.

 

Si viene alguien nos quitamos.

 

—Pues míralo ya.

 

¿Dónde?

 

En «Comprar entradas».

 

¡Ay, sí! Es verdad. A ver… Vendidas, nos tenemos que mover.

 

¿Te quieres poner aquí? Yo me echo para allá.

 

Da igual, chico, gracias. Se va a ocupar la fila entera.

 

Así fue como Robe y Mario, los chicos de las butacas de al lado, consiguieron hacerme levantar la vista del móvil donde apuraba los últimos minutos, antes de que empezara la sesión, para, en Instagram, dar likes a videos tiernos de animalitos y leer los comentarios entorno a la última sesión de control del gobierno en el Diario.es.

 

Lo de sus nombres vino a continuación porque a pesar de que bajaran la voz hasta el susurro yo ya tenía toda mi atención puesta en ellos: pura curiosidad. La tonalidad dulce de las voces con la que se hablaban, no correspondía a esos dos tipos, L y XXL, que acababan de entrar en mi campo de visión. Decidí descubrir si aquella era una salida de amigos o una cita amorosa. A mí me importaba lo justo como para distraerme un ratito ursurpándole el papel a Maud West en la tarde de un domingo que se había convertido en interminable con el cambio de la hora.

 

¿Sabes Rober?, esta sala es la más grande. Aquí vine a ver Dolor y gloria y apareció Antonio Banderas: había ganado el Goya al Mejor Actor 2020 con esa película.

 

 Me quedé loco, ¡qué me gusta! En persona gana, ¿sabes? Vive ahí cerquita, donde yo.

 

Pero también fue nominado para los Óscar con esa película, ¿no, Mario?

 

Sí, pero lo ganó el de Joker, ¿cómo se llama?

 

Joaquín Phoenix

 

Pues ese.

 

El calor húmedo de Rober se pegó a mi cuerpo al sentarse junto a mí invadiendo mi espacio; me crispé durante unos segundos. «Ya te vale, tía, es una cuestión física, el chaval no cabe en su asiento», me reproché. Decidí entonces disimular la incomodidad y espiarlos de reojo, pero las luces se apagaron para dar paso a la intro.

Durante la media hora que siguió noté como los músculos del chico se tensaban y su  sudor profuso comenzaba a impregnar mi camisa, mi piel. El muslo, espasmódico, se le tensaba rígido unos segundos para volver a perderle el control. Me preocupaba el rostro que conseguí ver a la luz del fotograma de un amanecer; brillaba rojo, contraído: lo estaba pasando mal. Justo entonces lo oí bisbisear a Mario:

 

¿Dónde vamos a comer?

 

—¿No puedes esperar a que salgamos? le responde Mario con voz rasposa.

 

«Pobre muchacho, eso es lo que a él le gustaría, salir ya».

 

Levanté el brazo del asiento que compartíamos con un gesto que quise fuera normal, y me pegué lo que pude hacia el lado opuesto en un intento de liberarnos. Yo estaba junto al pasillo, y eso me daba ventaja.

 

¿Cuanto dura la película, Mario?

 

90 minutos

 

Ahora el susurro era ronco

 

—¿Y cuánto queda?

 

A Mario se le subió el tono

 

Pero bueno, ¿no eras tú el interesado en venir?

 

Perdona —se disculpa mientras hace un intento vano de cambiar de postura ya que las piernas atrapadas en un ángulo agudo apenas le dejan moverse.

 

Entonces me atreví a decirle:

 

Chico, vamos a cambiarnos de sitio.

 

No, por favor, señora, estoy bien

 

Pero, ¿cómo vas a estar bien si estás encajonado en ese potro de tortura? Venga, aquí podrás sacar las piernas al pasillo y liberar un brazo insisto—. Tiro de él para moverlo, cosa imposible, pero logro convencerlo.

 

—¿Dónde vas? —le increpa su compañero mientras los primeros «chis» se hacen eco en la sala. 

 

A cambiarse de sitio, ¿no ves que no puede más?

 

—¿Y usted quién es para meterse donde no la llaman?

 

—¡Cállate!

 

Vale, Vale —responde avergonzado ante el tono imperativo nada usual de su compañero.

 

Cuando terminaron los últimos créditos y las luces se encendieron, Rober y yo nos buscamos las sonrisas. Su rostro relajado me decía que sí, que estaba bien.

 

Me sorprendió ver que Mario me miraba con enojo. El placer de estar "pegadito, pegadito" a su amigo no le había dejado ver que la sala sería la más grande, pero las butacas no daban la talla.

 

Un frío inesperado me sorprendió a la salida y la oscuridad era la de ayer una hora más tarde. De camino al bus me dije: «Ja, lo que tú decías, Maud West, esas voces formaban parte de un juego amoroso; y ahora a rezar para que te toque un bus universal».

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Mañana ajetreada

 

Señora, siéntese.

 

Gracias.

 

A Dña. Maria le ha venido de escándalo que le cedan el asiento. Ha ido al médico, después al mercadillo para comprar verduras, unas flores para su difunto Pepe y el pan en Rute. Ahora va cargada, cansada, con los tobillos edematosos y unas varices de cuerda de tender.

 

¡Uy! ¿Y está gatita tan guapa? le dice a la bebé que desde el regazo de su madre, y sin para de moverse, la mira seria con una diadema con orejitas y unos grandes bigotes pintados.

 

—¡Candela, hija, para ya! Muack, muack.

 

La anciana ve delante de ella, en un carro doble de bebé que sujeta el supuesto padre, a otra Candela cansada y llorosa.

 

Mira a tu hermanita le dice sonriente , parece que también le han pintado la naricilla  tan colorada de llorar —. Y Candela esconde la cabeza en el pecho materno.

 

—Toma, Nena —dice a continuación la joven madre mientras se vuelve para darle la bebé una la chiquilla que está detrás.

 

—¡Mamá!, ¡mamá! Candela se quiere volver contigo.

 

—Espera, que estoy mirando una cosa en Instagram.

 

—¡Mamááá!, venga ya, que me araña.

 

—Voy, ya termino. Espera.

 

—Manolo, ¿qué vamos a hacer mañana?

 

—¿No íbamos a ver a mi tía?

 

—¿A tu tía? ¡No te enteras de ná, Manolo! ¿No nos dijo tu prima que está en la UCI?

 

—¡Yo qué sé! Eso es cosa tuya, bastante tengo yo con trabajar.

 

—¡Manolo, la niña!, ¡qué vuelca el carro! Y dale al timbre que nos bajamos en la próxima, ya hablaremos en casa.

 

—¡Nena, vamos! Espabila que te quedas aquí, y coge a tu hermana que me están llamando —puntualiza—, y sin rechistar.

 

Dña. María agarra el ramo y las bolsas con la mano libre y artrítica y, con una habilidad que ni ella misma se reconoce, se aparta no vaya a coger rachón.

 

—¡Vayan con Dios, familia! —Y suspira al verlos salir mientras se acomoda en el asiento y piensa que ya no está para esos trotes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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