lunes, 15 de diciembre de 2025

3_EJERCICIO_MAMEN SANZ

 HETERÓNIMO

Ha nacido una estrella

 

Hoy es el último miércoles del mes y toca reunión con el Grupo de lectura de cómic en la librería Suburbia. Llego temprano, contenta de tener tiempo para poder husmear; seguro que al final cae algún libro. Deslizo mi índice por los lomos de los ejemplares de la primera estantería; me causa un placer secreto, como cuando de pequeña pasaba la mano por las paredes sucias de los edificios. En la penúltima balda, un tomo llama mi atención por su cubierta colorida; a estas alturas mi dedo tiene un color grisáceo y es que las calles que circundan a Suburbia están siempre en obra y el polvo se cuela de continuo en el local. Saco el libro y leo: En los márgenes. Me gusta. Su portada de tonos cálidos desprende de luz. Busco la autoría: Hermes Illa. Sonrío, ese nombre solo lo sabe llevar una reina, una Drag Queen, y me voy a la solapa a saber más de ella. En la fotografía de presentación me encuentro con un rostro ambiguo que luce un arte de maquillaje en el que destacan unos ojos tornasolados, caleidoscópicos, que miran a cámara. ¿Edad? Entre 25 y 50 años.

Hermes Illa nace a los 14 años una tarde de verano en el dormitorio de su hermana en su casa de Comares, Málaga. Allí, el espejo del armario le devuelve su imagen, la imagen de un púber que luce una peluca de rizos castaños, cortos, despeinados que caen sobre un rostro maquillado con torpeza, donde el exceso marca la diferencia. Una túnica demasiado grande se resbala de sus hombros y deja a medio ver unos altísimos tacones con los que ya desfila con soltura. Le gusta lo que ve, y aunque aún no sea consciente, como más tarde recordará, ha dado a luz a Hermes Illa.

Deja la escuela sin terminar la enseñanza obligatoria para irse con las mujeres a trabajar al lagar, para pisar la uva, para beber vino de Los Montes. De su paso por allí se le quedaría la mala afición al vino que tantas malas pasadas le acarrearía, según cuenta en alguna entrevista. Aprovecha cualquier descanso para devorar revistas antiguas de diseño, moda, maquillaje que le da Pili, la peluquera del pueblo. Para escapar de allí, se ofrece voluntaria para ir a cuidar a la abuela Encarna a Vélez Málaga donde por las tardes se apunta a Corte y Confección y las noches las dedica a leer de la biblioteca que, legó su abuelo, el maestro, toda clase de libros: de aventuras, de Historia, de ensayo, novelas… Es lo único que se lleva a Torremolinos al morir la abuela y tener que abandonar la casa. Allí se instala con Maleni, su amiga trans, antes Pepito, que le asegura una cama y le presenta a la Madre Regina, una icónica drag que acaba por contratarla para diseñar y montar su vestuario al descubrir sus habilidades. Hermes Illa ya no es un espejismo, es real. De día la costura la absorbe, de noche se bebe las historias de las reinas, de sus hermanas drag mientras se preparan para la siguiente actuación. Son historias en su mayoría duras, muy duras, pero ellas acostumbran a contarlas con un tono tragicómico para espantar los miedos  y los fantasmas , y Hermes Illa decide escribir tomándolas como fuente de inspiración. Retoma los estudios y se apunta a talleres literarios de escritura, de lectura, presenciales, online. Le gusta el relato corto, los cuentos. Quiere dar voz a su mundo y comienza a relatar historias con una jerga propia, la de las drags, en un tono provocador, ácido, vulgar: que incomode. Sus personajes alguna vez existieron hasta que Hermes Illa los convierte en ficción. Desde el cura lascivo a la mujer misteriosa de las afueras del pueblo, la bruja, pasando por el pobre maricón que tiene que huir acosado, o el político reprimido, escondido bajo una doble moral. La denuncia social siempre está presente en sus textos.

Su primer premio le llega con el relato corto Erase una vez: el principio. Goza del mecenazgo de gente de la talla de Alana S. Portero, o de la argentina Camila Sosa Villada. Su lectura es fácil, sus personajes reconocibles.

En los margenes, es una recopilación de cuentos con la exclusión como tema en común.

 Y para finalizar estas pinceladas sobre Hermes Illa toca decir: «Sashay away, hermanas».


3_EJERCICIO_INMA JIMÉNEZ

 HETERÓNIMO

Álvaro Valbuena Castro nació en Madrid el 27 de abril de 1938. Hijo de Úrsula Valbuena Castro y Pedro “El largo”. Nunca supo los apellidos de su padre, muerto en combate un frío día de octubre de 1937.

 

En el verano de 1937 su padre defendía el frente norte de la ciudad de Madrid. Su madre formaba parte del equipo logístico que abastecía las tropas, y se enamoró de ese miliciano, que además de guapo y alto (por lo que se ganó su apodo), tenía un pico de oro.

 

Úrsula Valbuena era la única hija de un matrimonio andaluz. Su padre, Manuel Valbuena, era abogado de profesión, republicano, católico y muy conservador, vivía en Málaga junto a su esposa Mariana Castro. Los motivos que llevaron a Manuel y Mariana al altar poco tenían que ver con lo romántico, pero siempre se entendieron bien, y con los años la complicidad y el amor que se tenían les convirtió en un máquina bien engrasada. Úrsula fue el fruto tardío de ese amor, llegó cuando ya nadie la esperaba y se convirtió en el centro de la vida de la pareja.

 

Cuando Úrsula empezó a desviarse del camino que sus padres habían trazado para ella el matrimonio sufrió, pero nunca le retiraron su apoyo incondicional, ni siquiera cuando organizaba reuniones de mujeres (de toda clase social y en el mismísimo salón de su casa) para preparar acciones destinadas a conseguir el voto femenino. Tampoco cuando, después de estudiar magisterio, aceptó un destino como maestra rural en la sierra de Madrid.

 

En junio de 1937 Úrsula llevaba tres años en la escuela de Buitrago de Lozoya, y se había hecho muy amiga de la maestra de El Berrueco; Margarita Benitez. Margarita era gata, todas las generaciones de su familia (hasta donde ella sabía) habían nacido, vivido y fallecido en Madrid. Aquel año invitó a su amiga a pasar el verano con ella en casa de sus padres. Por eso cuando las fuerzas sublevadas dieron el golpe de estado que marcó el inicio de la guerra civil española Úrsula Valbuena estaba en Madrid.

 

Úrsula pasó toda la guerra en Madrid. La gestación de Álvaro se nutrió de amor y miedo, de hambre y de duelo. El largo murió poco después de ponerle nombre a su hijo: “Se llamará Álvarodijocomo mi abuelo”. Mientras las bombas caían sobre la ciudad ella lloraba la muerte de Pedro y se esforzaba por conseguir comida para que su hijo naciera sano. Lo consiguió. Álvaro pesó al nacer casi dos kilos setecientos cincuenta gramos, nunca fue alto como su padre, pero sobrevivió a la guerra y al hambre. El miedo, sin embargo, se le quedó pegado al alma como un alquitrán espeso.

 

Cuando terminó la guerra las cosas se pusieron muy difíciles en Madrid para una madre soltera y roja. Un amigo de Margarita le facilitó la vuelta a Málaga, pero tampoco allí sería fácil sobrevivir. Manuel había muerto a causa de una insuficiencia renal en enero de 1939. Mariana había empezado a trabajar como ama de curas en la residencia de los Salesianos gracias a los contactos de Enrique, el hermano de Manuel.

 

Fue el tío Enrique, el mismo que tan duramente la había criticado por su militancia a favor del voto femenino, quien la salvó.

 

Enrique Valbuena era tan repúblicano, católico y conservador como su hermano, amaba el orden y apoyaba el nuevo régimen, gracias a su don de gentes y su capacidad de trabajo y negociación acabó trabajando como funcionario del gobierno en el protectorado español en Marruecos.

Enrique tenía muchos contactos y una posición holgada en Tetuán. Cuando Mariana le pidió ayuda para su hija se apiadó de ella, consiguió sacar a su sobrina de la península, la puso en contacto con una pareja inglesa que acababan de afincarse en Tanger y buscaban una institutriz que hablara español.

 

Tánger en los albores de la guerra europea era un hervidero variopinto de personas de diversas procedencias. Úrsula causó muy buena impresión a la pareja de ingleses por lo que transigieron con la condición de llevar a su hijo con ella.

 

Álvaro pasó su infancia en Marruecos, recibió la misma educación que los pupilos de su madre, aprendió un poco de francés y bastante inglés, pero la delicada salud de su madre le jugó una mala pasada.

 

El 27 de agosto de 1945 Úrsula no vino a depertarle, Álvaro se levantó de la cama en la habitación que compartía con su madre, se acercó a su lecho donde la encontró rígida y fría, esa tarde escuchó al doctor decirle a Mr. White que había sido una hipoglucemia. El alquitrán de su alma le inundó hasta casi ahogarle. Los recuerdos de los días que siguieron todavía se amontonan desordenadamente en su mente, sabe que pasó algún tiempo en casa del tío Enrique y que luego le embarcaron dirección Algeciras donde la abuela Mariana le recogió.

 

Álvaro nunca supo porque su abuela decidió llevarle a vivir con su hermana Isabel. En su vida adulta se dijo que había sido una suerte que lo hiciera. La tía Isabel era soltera, se había quedado sola en la casa familiar de Cútar, un pequeño pueblo de la Axarquía colgado en la ladera de una montaña. Álvaro sabía que en la casa de los Salesianos nunca hubiera disfrutado de la libertad que tuvo en el pueblo, pero ni el cariño de Isabel ni la vida en el campo pudieron limpiar el peso que llevaba en el corazón.

 

Con siete años empezó a escribir cartas. La idea no fue suya, al menos no exactamente suya, el párroco del pueblo le había dicho que podía hablar con su madre todo lo que quisiera, que ella siempre estaba con él y le escuchaba desde el cielo. Luego la maestra le enseñó a escribir cartas:

 

Querida Abuela:

 

Espero que al recibo de la presente se encuentre usted bien, yo estoy bien a Dios gracias. Le escribo estas cuatro letras…

 

Esta fórmulas las usó hasta muy mayor. Dejó de hacerlo durante el servicio militar para escribirle a Paco, pero siguió usándolas con el resto de personas destinatarias de sus misivas.

 

Alvaro Valbuena escribió cartas toda su vida, primero a su madre y a su abuela. las dirigidas a su madre las enterraba a los pies del chirimoyo del patio sin que nadie se enterara. Poco a poco la gente del pueblo empezó a buscarle para que les leyera, o le escribiera, la escasa correspondencia que intercambiaban. En los dos años que pasó en la Marina escribió mucho. A la tía Isabel, al párroco, a la maestra, al boticario y, sobretodo, a Paquito. Cuando terminó la mili empezó a escribir porque si. Le gustaba “disfrazarse”, un día era una colegiala enamorada escribiendo a su amado y otro un abuelo indignado que mandaba una misiva al Excmo. Ayuntamiento informando del mal estado del pavimento de su calle. Empezó a descubrir muchas partes de si mismo expresándose en sus cartas, a explorar sus preocupaciones, a repetirse en los temas. El miedo, la muerte, el amor prohibido, la culpa y la vergüenza de ser, la culpa y la vergüenza de no defender los que se es. Escribió tanto y tan profundo que en los años 80 se decidió a publicar.

 

Cuando terminó la mili visitó a su abuela en Málaga. El tío Enrique y su esposa habían vuelto a la ciudad y le invitaron a quedase en su casa. Álvaro aprovecho este tiempo para hacer un curso de taquigrafía y mecanografía. Encontró trabajo en una oficina y ahorró un poco de dinero y se fue a Barcelona donde Paquito había empezado a trabajar en un local nocturno.

 

En Barcelona trabajó dos meses como dependiente en una tienda de ropa y luego en la oficina de una gran imprenta donde pasó el resto de su vida laboral.

 

El de junio de 1977 Álvaro y Paquito participaron en la primera manifestación masiva del orgullo gay de Barcelona.

 

En diciembre de 1984 la revista “Party” publicaba esta carta de un autor totalmente desconocido hasta entonces, con el título: “La carta que me devolvió la dignidad”

 

Cádiz a 26 de noviembre de 1956.

 

Paquito de mis entretelas:

 

No veo el momento de volver a encontrarme contigo. Vida mía resiste, no te rindas, por la gloria de mi madre te juro que en cuanto pueda quitarme estas horrorosas botas militares iré a buscarte. Nos iremos lejos, lejos donde no haya nadie, lejos donde ya no tenga que esconderme. Te juro amor mio que subiré a una montaña y dejaré que el eco de mis gritos repita: Paco Gutierrez… errez… errez... Paquito… ito… ito… ito… es el amor… mor… mor… de mi vida… ida… ida… ida…

 

Paquito cariño, perdóname. He sido tan cobarde, no merezco tu perdón, aún así, te lo imploro. Me muero de vergüenza recordando la salida del colegio cuando los niños hacían corrillo cantándote: “Paca, Paquita, mariquita azúcar…” y yo en el corro, me movía para que nadie viera que yo no cantaba. Nunca te defendí. Luego cuando todos merendaban en sus casa nos encontrábamos en el río y yo llevaba las cartas que escribía a mi madre. Nadie nunca las leyó, solo tu mi vida, yo te las confiaba como un tesoro y las leías despacito. Nunca me traicionaste mi amor, porque tu, tu si que eres valiente, ni siquiera cuando te tiraban piedras y yo participaba, con cuidado de no darte eso si… cobarde, gusano.

 

Supe por el Eusebio que después de la jura de bandera te mandaron a Burgos, y que allí sigues siendo el saco en el que muchos descargan los golpes, “el maricón de mierda”. Cabrones, me enciendo al pensar lo que puedes estar viviendo, y yo el mismo gusano de siempre te escribo cartas encerrado en la letrina, me han puesto de mote de “El estreñio”. Cuando limpio las oficinas de Capitanía rebusco en las papeleras, siso el papel arrugado y los cabos de lápiz, alargo los lápices atándoles una caña y con eso te escribo cartas, luego como el cobarde que soy las rompo en pedacitos muy pequeños y las tiro en la letrina, uso la basura de los oficiales para escribir cartas de amor y luego las tiro con la mierda de todos.

 

Pero esta carta mi amor no voy a romperla, algún día te la daré, mientras tanto la llevaré en el bolsillo.

 

Paquito estoy descubriendo que tengo dos formas de vivir las cosas que me dan miedo, intentar no vivirlas (como cuando pedía por dentro que dejaran de tirarte piedras) o vivirlas aunque den miedo y confiar en que tendré la fuerza y la inteligencia que necesite para hacerlo cuando llegue el momento.

 

Llevaré esta carta en el bolsillo hasta que pueda dártela porque quiero entrenarme en ser digno de tu amor.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

2_EJERCICIO_ÁNGELES DELGADO

 

Cuestión de estilo.
La madre estaba sentada en el sofá, con los ojos encogidos intentando leer la pantalla del móvil, hasta que se da cuenta que no llevaba las gafas. Se inclina hasta la mesita, estira la mano y  ve por el rabillo del ojo a su hija asomada en el quicio de la puerta. Llevaba el pelo recogido en una coleta de cualquier manera, mirándole con cara de pena y mordiéndose la uña.
-¿Que pasa? -
-Mamá ...
-uf..verás¿que quieres? Dime- dejando el móvil en el regazo.
- Es que.. No sé...
- ¿Qué? Que me tienes en ascuas -
-Necesito ropa nueva- exclamó con los brazos y las manos abiertas.
-Claro que sí, y yo necesito un cortacésped.
-Mamá, en serio-
-En serio te lo digo, es de vital importancia, y con eso solo me faltaría un jardín-
-Mamá - se acerca al sofá, se sienta, más bien, se deja caer adoptando la postura de quien lleva unas carga enorme sobre sus hombros. -Es que no tengo nada que ponerme, -lloriqueando- no me queda nada bien.
-Hija, si tienes más camisetas que excusas, podrías montar una tienda.
La hija pone los ojos en blanco, suspira, se levanta y se da un ajuste a la coleta.La deja más doblada aún.
- Mamá, escúchame porfa. Mis amigas van siempre siempre siempre de estreno-
-¿Siempre? lo dudo-
-Bueno, casi. Pero yo sí que siempre voy igual. No tengo nada que me identifique.- los brazos en jarra.
-Si el otro día te pusiste un pantalón mío de 1992  y dijiste que era divino, vintage,-le guiña-además es verdad que te quedaba pintado.Tú tienes estilo propio,y con lo  que te gusta ser ecológica, eso incluye el exceso de consumo en ropa.
La hija levanta la ceja, aprieta los labios y duda un momento.
Se deja caer en el sofá de nuevo.- ¿no podría comprarme algo?
- Vamos a hacer una cosa, vas a ordenar tu cuarto, revisamos ese monton de ropa y si no aparece ninguna prenda posterior al 2023, salimos a mirar algo.
-¿A mirar o a comprar?
-A mirar con expectativas.
Se levanta y se va por el pasillo camino a su cuarto, se gira, mira a su madre- ¿de verdad piensas que tengo estilo?. Sonríe.
-Por supuesto que lo pienso, y tú lo descubrirás también.
Endereza la espalda y sigue sonriendo hacia su cuarto.
La madre se coloca las gafas para el cerca y piensa- voy a ver el saldo de la cuenta, por si acaso-.

martes, 2 de diciembre de 2025

2_EJERCICIO_MAMEN SANZ

 

«Te levantarás despacio...»

 

No, mamá, no, te he dicho que no vengas.

 

Es el primer año que Lorena va al instituto. En su colegio no hay Bachillerato. Mientras se carga la mochila esquiva a su madre que le cierra el paso indolente con los brazos en jarra.

 

Pero, ¿a qué viene eso ahora? ¿Por qué ayer sí, y hoy, no? ¿Qué tripa se te ha roto? ¿ Por qué no quieres que te acompañe a clase? replica Inés mientras impide que su hija cierre la puerta y se vaya sin ella.

No es de ahora.

¿Desde cuándo, entonces?, porque llevo toda la vida llevándote al cole y nunca te has quejado, al revés, te enfurruñabas si te llevaba la abuela cuando yo no podía. Y apresura el paso hasta alcanzar a su hija en el rellano mientras se termina de poner el abrigo.

Desde que voy al instituto, mamá, que pareces tonta.

—Cuidadito, no te pases: ¿en qué plato has comío conmigo?    —Además, si va a terminar el primer trimestre, ¿por qué no me lo has dicho antes?

Porque me daba cosa desilusionarte.

— ¿A mí?, ¿desilusionarme a mí? Pero si llevo años cambiando el turno para acompañarte a clase, tragándome el puto turno de tarde porque a ti, a mi niña, le hacía ilusión. —Venga, contesta de una puñetera vez: ¿qué ha cambiado?

Me da vergüenza, mamá.¿No lo entiendes? Me da vergüenza que me acompañes al instituto.

 

Y Lorena baja los escalones de dos en dos y casi se da de bruces contra el cristal del portal que abre con premura para escapar del interrogatorio, que a voces, le hace su madre desde el hueco de la escalera.

 

¿Vergüenza?, ¿te avergüenzas de tu madre? Pues ya sabes, te vas a vivir con el perfecto de tu padre y listo.

Que no es eso le contesta la hija que se demora para responderle.

¿Cómo que no es eso? Acabas de decir que te avergüenzas. Soy gorda y estoy muy estropeá, pero sorda todavía, no.

He dicho que me da vergüenza, no que me des vergüenza, que siempre lo lías todo.

Y ahora me vas a decir que no es lo mismo. ¿Qué pasa?, ¿qué no estoy a la altura de las otras madres?

No conozco a ninguna madre —le responde con voz cansina mientras anda.

¿Qué has dicho? le increpa Inés cuando le da alcance en el semáforo en rojo.  No hables por lo bajini que no te escucho.

—Y tú no grites, que nos está mirando todo el mundo —le recrimina Lorena.

—¡Ah!, ¿también te da vergüenza que nos oigan?, ¡porque a mí me importa una mierda!

Mamá, por favor, que no es eso. —Y se vuelve mientras intenta escabullirse aligerando el paso.

Entonces, ¿qué es lo que te avergüenza que todavía no me he enterao?

A ninguna compañera la acompaña su madre al instituto. Eso es.

—Así que es eso… Que tu madre está chapá a la antigua le balbucea Inés que se ha quedado sin aire para pillarla en el siguiente semáforo.

—Tú, siempre tú, y nadie más que tú, mamá.

—¿Y tú ,qué?

Nada, mamá, yo nada. —Yo nunca hago nada bien.

Nada, mamá; no, mamá, ¿es lo único que se te ocurre decir?

—No, también te digo: tengo 16 años.

 

Y Lorena aprieta los puños; los nudillos, blancos, y las lágrimas, a punto de desbordarse. Se siente impotente. Se siente incomprendida. Se siente sola. Lo único que quiere es llegar al instituto, refugiarse en su grupo.

 

Ah, claro, eres ya muy mayor. Pues te voy a decir una cosa: mientras estés bajo mi techo te voy a seguir acompañando al instituto; y vas a volver a casa a las 10, y no vas a quedarte en casa de ninguna amiga hasta que madures de verdad. Que hay mucho niñato por ahí suelto y tú tienes las hormonas revolucionás.

Mamá dice la adolescente tajante mientras aguarda a su madre para contarle algo antes de dar la vuelta a la esquina y correr calle abajo hasta desaparecer.

—Vaya, la señorita se ha dignado a pararse a esperar a su madre, ¿qué coño me vas a pedir ahora?, porque si te has parado es para pedirme algo.

¿Te acuerdas de Miguel, el del quiosco?

¿El hijo de Dña. Emilia? —pregunta con sonrojo ¿qué puñetas pinta Miguel aquí, ahora? —¿No me irás a decir que tienes un problema con él? Es un hombre casado, respetable, el concejal del distrito...

Yo, no, pero la abuela hace tiempo, sí; con él y contigo. —Y continúa con voz engolada: «Me contó lo que le hicisteis pasar…, bueno, lo que le hiciste pasar cuando te enamoraste de él; tú, con 15 años, él, con 20».

¿Yo?, yo nunca le he dado quehacer a mi madre, tu abuela siempre ha tenido la lengua muy larga. «Vieja chocha, piensa, ¡mira que contarle lo mío con Miguel! ¡Qué falta hará darle alas a la niña!, porque ella a mí bien que me las cortó. Seguro que solo le ha contado que faltábamos a clase para irnos al parque, o que le decía que iba a casa de mi amiga Mari a estudiar y lo que hacía era irme con él a escuchar música a su casa mientras Dña. Emilia estaba en el quiosco, y  el padre…, bueno, el padre criaba malvas desde hacía ya tres años. ¿Le habrá contado cómo acabó la historia? ¿De cuando me mandó al pueblo con su madre porque le dije que estaba durmiendo en casa de una amiga y en realidad…? Pero es que antes una muchacha de 15 años era ya una mujer, quiso justificarse. Y seguro que no le contó la pena negra que se me metió dentro que hasta mi abuela creía que me moría».

Pero, Nena, ¿dónde vas? grita Inés saliendo de su ensoñación. No corras. Espérame.

Déjame en paz, —la oye decir.

 

Lorena corre calle abajo, no vuelve la vista atrás aunque la escuche.

 

—¡Castigada el fin de semana!

—¡Qué te calles, bruja! le responde sin mirar mientras tira el desayuno en la acera.

Sigue y te olvidas de ir con tu primo al concierto.

—¡Te odio! le escupe la adolescente crecida y confiada al ver próximo a su grupo.

 

E Inés que la ve perderse entre la turba de estudiantes, se detiene. Ya no chilla. Continúa la charla, ahora monólogo, con un susurro que suena a súplica:

 

Nena, el desayuno, que se te ha caído —le dice recogiéndolo—. Que es de chopped, —del que a ti te gusta. Nena, ¿llevas dinero para el bus de vuelta?: va a llover. Nena, hoy hay espaguetis. Nena, nena, ten cuidado. —Nena…Y sus hombros caen derrotados, y los años le llueven de golpe, y las canas se muestran insolentes mientras Inés recuerda aquella canción de Serrat que tanto odiaba su madre: «… y en el reloj darán las diez».

 

 

 

 

2_EJERCICIO_CARMEN NAVAS

DIÁLOGO ENTRE MADRE-HIJA 

  • —Hoy hace 20 años que te fuiste— lo pienso en voz baja y me entristezco. 
  • —“Pero has seguido bien con tu vida”— ¿“No lo crees así”? 

 

“Rememoro mi pasado y me doy cuenta de que no todo fue fácil. Muchas veces pensamos cosas que realmente no sucedieron. Aunque hubiera podido, nada hubiera cambiado—¿Qué sentido tenía seguir dándole vueltas una y otra vez? —Y todo ocurrió tan rápido… “.

  • —¡Si! — contesto—. Al final debo reconocer que no te equivocabas tanto. 
  • —Te lo dije—“caminar sola, te llevaría a espacios desconocidos “. 

 

  • “Ya, pero no sabes con cuánto dolor “— Tuvieron que pasar muchos años para poder perdonarnos. Me hubiera gustado que antes de irte me regalaras una sonrisa. — 
  • —“Ahora ya es tarde “— 
  • Son más de las cinco cuando miró el reloj y han llamado a la puerta. Al abrir, me encuentro con esos ojos castaños que me miran sonriendo. 
  • ¿Estás lista? 

 

  

2_EJERCICIO_GRACIA MATAS

 

CONVERSACIÓN TELEFÓNICA CON MI HIJA

Estaba calentado un vaso de sopa cuando sonó el teléfono, era mi hija que hacía algo más de media hora que se había ido para Montilla. Descuelgo un poco nerviosa porque me parecía pronto para que ya hubiesen llegado.

«¿Habrá pasado algo? Pensé»

—Hola, ¿ya habéis llegado?

—¡Nooo!  Es que me acabo de acordar que me he dejado el cargador ahí.

—Vaya. Pero tienes otro, ¿no?

—Siii, pero ese es el rápido.

—Pues ya hasta dentro de dos semana… ¿Por dónde vais?

—Cerca de Cabra.

—Ya queda poco, no corráis. Avisa cuando lleguéis. ¡Ah! ¿Habéis comprado el árbol?

—No. El que nos gustaba estaba agotado y los otros muy caros. Javi dice que compremos uno natural y luego lo plantemos en su campo.

—¡Bueno!  ¡También!. Pregunta si para los gatos son buenos. Ya sabes que algunas plantas no les vienen bien.

—Pues eso no lo habíamos pensado.

—Yo creo que no pasa nada, pero por si acaso.

—Pues sí. Lo miraré en internet.

«¡¡¡Ohh!!! Se ha cortado» «La llamaré en un ratillo»

 

lunes, 1 de diciembre de 2025

2_EJERCICIO_VICKY CALZADO

 

“ ¿ Te he contado que tuve un novio ciego? “

Me agarra del brazo con fuerza.  Su mano delgada, sin arrugas. La mano de  Dorian Grey si fuera mujer.. Camina despacio. A veces le falla la pierna tirando de mi y tenemos que hacer equilibrios para no caer .

Parecemos dos funambulistas en el alambre.

“ Invidente, mamá”.

“ No, eso no. Adolfo era ciego. Aprendí braille para leerle las novelas de Corin Tellado. A él no le gustaban las historias de amor pero  me hacía repetirlas hasta que se aprendía los diálogos de memoria.”

“ Cuidado con el charco, mamá. “

“ Ya lo he visto, leches. ¿ Te crees que se me pegó la ceguera? “

Respira, Lola, respira. Como dice la psicóloga. Cuenta hasta tres. Uno, dos, tres.

 Ya me gustaría verla a ella caminando con mi madre a tres metros la hora.

“ Yo  las piernas las tengo fatal pero ya quisieras tú tener la vista que yo tengo. ¿ A qué dices que vamos hoy al ambulatorio? “

“ A que te vea el médico , mamá.”

  ¿Don Manuel?”

“ Don Manuel falleció hace tres años, mamá “.

“Anda,la leche, con lo joven que era. Hija, estás roja como un tomate. Pareces el Trump ese,el de América.”

“ Es la menopausia, mamá. “

“ Es el perfume ése que te pones, me da hasta mareos. Nii un bochorno tuve yo. Si hubieras tenido hijos..”

Una. Dos. Tres.

Se para por tercera vez desde que  salimos de casa. Yo me detengo con ella. Su mano aferrada a mi brazo, como una garrapata. Se saca un pañuelo del bolsillo y se suena la nariz. Un pañuelo arrugado y sucio.

“ ¿ Estás resfriada, mamá? “.

“ Qué fiebre ni niño muerto. Un poco de agüilla, por el frío . Los jóvenes de ahora sois unos blandengues,  no como antes,  que nos curábamos trabajando.”

“ Tú no has trabajado, mamá. “

“¿ Qué no he trabajado yo? Ay, la  leche. Con tres niños y sin los adelantos modernos,  que hoy los pañales se tiran a la basura pero antes eran de tela y había que lavarlos. Y las noches que me he pasado sin dormir cuidando a tu hermano, pobrecito mío. Desde que nació parecía  un angelito. Se fue tan joven.”

“Si, menudo angelito.”

Se vuelve a parar. Saca de nuevo el pañuelo y se lo pasa por los ojos. Siempre que habla de mi hermano brotan tres pequeñas lágrimas.

“ Mamá, ese pañuelo está sucio”.

Mi madre tira de mi brazo queriendo ralentizar mis pasos. Se cierra el cuello del abrigo con la mano. Qué delgada está.

“ ¿ Te abrocho los botones, mamá ?”

“ Adolfo era ciego. Y un Casanova. Se aprendía los diálogos de las  novelas de memoria y luego los repetía a las camareras del café Zamora . Estaban todas loquitas por él. Era alto y delgado, el pelo negro zaino. Y una labia que tenía. Se las llevaba de calle. Al final le hizo una barriga a la hija de María, la portera de la casa vieja,¿  tú te acuerdas de ella?”

“ Yo no había nacido, mamá.”

 “El padre salió buscando a Adolfo con la escopeta de caza. La que se lió en el barrio.”

Otra parada .

“ Mira cómo está el cielo . Igual que el día que murió tu padre.”

 Mi madre mira al cielo como si esperara ver a mi padre detrás de las nubes.

“Abre el paraguas, que se me moja el pelo y ayer fui a la peluquería “.

“ Ya casi estamos , mamá , si  puedes aligerar un poco..”

“Pero¿ tú te crees que yo puedo correr ? Que me duele la pierna, leches . ¿ A qué  venimos al ambulatorio? Ay, ya me he golpeado el juanete con el escalón. Si es que no me avisas.”

Uno. Dos.

“¿ Has hablado con tu hermano? “

Tres

“ Estará preocupado. Cuando no me pilla en casa se preocupa, angelito.”

“ La Isa me mandó un guasap ayer.”

“A esa ni me la mientes. Con los buenos dineros que me gasté en el colegio de monjas para que saliera así.”

Mi madre aligera el paso tirando de mi brazo. Recorre la entrada del centro de salud y se dirige al pasillo de la izquierda.

“¿ Qué es eso? ¿ Qué han puesto en esa mesa? ¿ Dan algo ahi?”

  Por ahí no, mamá, por el pasillo de la derecha. Están montando el belén. ”

  ¿ Un belén? ¿ Ya es navidad? La leche, qué rápido pasa el tiempo. Ya mismo me muero y te dejo tranquila.¿ Adónde me llevas?”

  La Isa me ha dicho que quiere  verte . Hace más de veinte años, mamá. Hoy  la gente no le da importancia .. “

“ Ay, la leche. ¿ Y a mí qué me importa el mundo?   Eso  es pecado y punto.”

“ Yo no puedo tomar sola todas las decisiones.”

“ Los jóvenes de hoy toman siempre el camino fácil. ¿ Acaso dejé yo a tu padre? Aunque motivos tuve de sobras. Y encima el oficio que tenía. Pero claro, después de lo de Adolfo me tuve que casar enseguida y tú padre siempre había estado enamorado de mí. Pero adónde me llevas , leches ?”

“Ya casi estamos, mamá.”

“Pues no, ahí estuve toda la vida, que era una niña cuando me casé, ya ves, diecinueve años, y además me tocó cargar con su madre , que no quiero hablar mal de los muertos pero .. mejor me callo.”

“ Es aquí, mamá.”

“ Todo el santo día dando órdenes : que si el gazpacho se hace así, que si la ropa se plancha asá.  Después de que su hija no la quiere en casa, y yo aguantando sus manías. ¿ Y me quejo yo?  Para qué me voy a quejar si nadie me escucha. Yo lo que quiero es morirme ya.”

“ Pasa, mamá, que es nuestro turno.”

“¿Qué leches hacemos  aquí?”

“ A ver un médico nuevo, mamá.”

 

 

 

 

 

2_EJERCICIO_VICKY OROSA

 PASEO NOCTURNO 

La noche es clara, hay luna llena, paseamos; siempre lo hacemos a esta hora, después de cenar. Cojo a mamá del brazo, pero da un respingo y me suelta; dice que hace calor y es verdad, pero por el movimiento involuntario de su labio superior, sé que no es ese el motivo. Está enfadada, lo sé; mira de reojo. 

Me abanico con la mano; está siendo un verano tórrido. 

―Deja de hacer eso, que me vas a resfriar. ―Mira al frente. 

―¡Mamá! ―Caminamos separadas. Sí lo sabré yo. El labio no para. 

―La otra tarde empezaste a pasar las hojas de una revista y yo, que estaba a tu lado, empecé a estornudar. 

―Exagerada. 

―¿Exagerada yo? ―Tiene ganas de bronca. Guardo silencio. ―¡Si te rizaras el pelo! 

―¿Qué? ―Acaba de pasar el autobús y con el sonido chirriante de los frenos no la he entendido, o al menos, no he querido hacerlo. Ella me mira por fin y toma un mechón de mi pelo. 

―Qué si te hicieras la permanente, no tendrías calor, que estás sorda. ―Ha dicho lo que temía. 

―¿Y eso qué tiene que ver? 

―Lo llevarías mojado y con los tirabuzones estarías muy bien, como Margarita; mira qué mona va siempre, no como tú, que no sabes sacarte partido. ―Ya estamos otra vez. 

―Mamá, lo mejor para el calor es recogerme el pelo en una coleta, pero no lo hago porque siempre me has dicho, desde que era pequeña, que tengo orejas de soplillo y me has creado el complejo para toda la vida. ―Le muestro una de mis orejas. ―Y ya, si me pongo las gafas, apaga y vámonos. 

―Eso no es crearte complejo, es aconsejarte. ―Levanta la voz y mira mi blusa de manga ranglán. ―Debes ponerte hombreras, ahora que están de moda; tienes los hombros muy caídos. 

―Complejos, los tengo desde que nací y es por tu culpa. 

―Usted perdone. ―Me llama por mi nombre completo. ―No quiero que vayas a la calle hecha un adefesio; a estas alturas y todavía tengo que estar pendiente de ti. 

―¿A eso le llamas estar pendiente de mí? ―Giro la cabeza hacia la carretera. Pasa un descapotable rojo y una pareja dentro; me viene el sonido de una canción, creo que es Cien Gaviotas, de Duncan Dhu, pero a la velocidad que va, no puedo asegurarlo. Ojalá fuese yo la chica; lleva el pelo recogido; en los escasos segundos en que la he contemplado, me ha parecido guapa. Vuelvo a abanicarme con la mano; tenía que haber cogido el pai pai que me dieron en la feria. 

―Peor eres tú ―me dice; le lanzo una mirada felina. 

―¿Yo? ―El calor es asfixiante, no da tregua. 

Ahora hazte la loca. ―Levanto las cejas― Te vihablabas de mí con Pepita, no me lo niegues, que te vi, no te diste cuenta, pero yo estaba asomada al patio. Os reíais de mí. Delante de mis ojos. ―Se los señala con la mano derecha. Mamá, cuando quiere, se pone muy dramática. 

―¡Anda, por eso estás hoy tan antipática conmigo! ―Esbozo una sonrisa que a ella la cabrea más. Su labio se mueve desenfrenado. 

―Le dijiste mi edad, tratándose de Pepita; a estas alturas ya lo sabrá todo el mundo. 

―¡Pero mamá! Si llevas cuatro años cumpliendo los cincuenta, que ya no se lo cree nadie, en algún momento habrá que pasar a los cincuenta y uno, digo yo. ¿Qué culpa tengo yo de haber visto tu documento de identidad sobre la coqueta cuando quitaba el polvo?  No tuve más remedio que mirar tu año de nacimiento; si eso era un tabú para todo el mundo, incluida tu hija, la curiosidad me pudo. Lo vi. Mil novecientos veintinueve, pero no pasa nada, cada uno tiene los años que tiene. 

―Dilo más alto, que algunos vecinos todavía no lo saben. Anda, que no te importa nada, eres una hippy de esas, tan rara como la tía Maruja. ―Me afea el gesto. En ese momento, sale Julita de su casa con la basura, dispuesta a volcar la bolsa en el contenedor. Se percata de nuestro malestar y no nos dice nada, solo hace un gesto de saludo con la cabeza. Torcemos hacia la izquierda, en dirección a Virgen de la Cabeza. Las ventanas de las casas permanecen abiertas deseando atrapar la poca brisa que corre. Todas las noches nos fijamos en el interior de las viviendas, imaginamos quién serán sus ocupantes, observamos la decoración que vemos desde la calle; nos reímos, incluso. Pero esta noche, mamá está enfadada, dolida, sigue en silencio. No le pienso pedir perdón por algo que no tiene importancia. 

Seguimos calladas durante unos veinte minutos hasta que ella se detiene y me pregunta la hora. Le digo que son casi las once. 

―Vamos a dar la vuelta. ―contesta―. Esta noche ponen el largometraje de Rebeca. 

―Ah, la de Betty Davis. 

―No, niña, es de Joan Fontane. 

―No, Betty Davis. 

―Que no, eso no me lo discutas, que la veía en el cine Capitol con mi hermano en la sesión continua y por dos pesetas nos tragábamos la película dos veces. 

―Vale, para ti la perra gorda. ―Damos la vuelta. Caminamos deprisa hacia casa. 

Enciendo el televisor; la película está empezada. Papá se ha acostado ya, tenemos todo el sofá para nosotras, abrimos la ventana y apagamos la luz para que no entren los mosquitos; cada una coge una bolsa de pipas y nos sentamos compartiendo el bol para echar las cáscaras. Nuestros rostros apenas se ven, solo nos ilumina la luz zigzagueante de la pantalla. 

―¿Te acostarás, después, en la cama de mi hermana? ―Le pregunto aprovechando que se ha ido este verano a compartir piso con unos amigos en Pedregalejos. No me gusta dormir sola. 

―Si 

―Pero no ronques. 

―No. ―Los ojos y toda su atención están puestas en la película. 

RELATO CORREGIDO

PASEO NOCTURNO 

La noche es clara, hay luna llena, paseamos; siempre lo hacemos a esta hora, después de cenar. Cojo a mamá del brazo, pero da un respingo y me suelta; dice que hace calor y es verdad, pero por el movimiento involuntario de su labio superior, sé que no es ese el motivo. Está enfadada, lo sé; mira de reojo. 

Me abanico con la mano; está siendo un verano tórrido. 

―Deja de hacer eso, que me vas a resfriar. ―Mira al frente. 

―¡Mamá! ―Caminamos separadas. Sí lo sabré yo. El labio no para. 

―La otra tarde empezaste a pasar las hojas de una revista y yo, que estaba a tu lado, empecé a estornudar. 

―Exagerada. 

―¿Exagerada yo? ―Tiene ganas de bronca. Guardo silencio. ―¡Si te rizaras el pelo! 

―¿Qué? ―Acaba de pasar el autobús y con el sonido chirriante de los frenos no la he entendido, o al menos, no he querido hacerlo. Ella me mira por fin y toma un mechón de mi pelo. 

―Qué si te hicieras la permanente, no tendrías calor, que estás sorda. ―Ha dicho lo que temía. 

―¿Y eso qué tiene que ver? 

―Lo llevarías mojado y con los tirabuzones estarías muy bien, como Margarita; mira qué mona va siempre, no como tú, que no sabes sacarte partido. ―Ya estamos otra vez. 

―Mamá, lo mejor para el calor es recogerme el pelo en una coleta, pero no lo hago porque siempre me has dicho, desde que era pequeña, que tengo orejas de soplillo y me has creado el complejo para toda la vida. ―Le muestro una de mis orejas. ―Y ya, si me pongo las gafas, apaga y vámonos. 

―Eso no es crearte complejo, es aconsejarte. ―Levanta la voz y mira mi blusa de manga ranglán. ―Debes ponerte hombreras, ahora que están de moda; tienes los hombros muy caídos. 

―Complejos, los tengo desde que nací y es por tu culpa. 

―Usted perdone. ―Me llama por mi nombre completo (FALTARÍA AÑADIR EL NOMBRE) ―No quiero que vayas a la calle hecha un adefesio; a estas alturas y todavía tengo que estar pendiente de ti. 

―¿A eso le llamas estar pendiente de mí? ―Giro la cabeza hacia la carretera. Pasa un descapotable rojo y una pareja dentro; me viene el sonido de una canción, creo que es Cien Gaviotas, de Duncan Dhu, pero a la velocidad que va, no puedo asegurarlo. Ojalá fuese yo la chica; lleva el pelo recogido; en los escasos segundos en que la he contemplado, me ha parecido guapa. Vuelvo a abanicarme con la mano; tenía que haber cogido el pai pai que me dieron en la feria. 

―Peor eres tú ―me dice; le lanzo una mirada felina. 

―¿Yo? ―El calor es asfixiante, no da tregua. 

―Ahora hazte la loca. ―Levanto las cejas― Te vi, hablabas de mí con Pepita, no me lo niegues, que te vi, no te diste cuenta, pero yo estaba asomada al patio. Os reíais de mí. Delante de mis ojos. ―Se los señala con la mano derecha. Mamá, cuando quiere, se pone muy dramática. 

―¡Anda, por eso estás hoy tan antipática conmigo! ―Esbozo una sonrisa que a ella la cabrea más. Su labio se mueve desenfrenado. 

―Le dijiste mi edad, tratándose de Pepita; a estas alturas ya lo sabrá todo el mundo. 

―¡Pero mamá! Si llevas cuatro años cumpliendo los cincuenta, que ya no se lo cree nadie, en algún momento habrá que pasar a los cincuenta y uno, digo yo. ¿Qué culpa tengo yo de haber visto tu documento de identidad sobre la coqueta cuando quitaba el polvo?  No tuve más remedio que mirar tu año de nacimiento; si eso era un tabú para todo el mundo, incluida tu hija, la curiosidad me pudo. Lo vi. Mil novecientos veintinueve, pero no pasa nada, cada uno tiene los años que tiene. 

―Dilo más alto, que algunos vecinos todavía no lo saben. Anda, que no te importa nada, eres una hippy de esas, tan rara como la tía Maruja. ―Me afea el gesto. En ese momento, sale Julita de su casa con la basura, dispuesta a volcar la bolsa en el contenedor. Se percata de nuestro malestar y no nos dice nada, solo hace un gesto de saludo con la cabeza. Torcemos hacia la izquierda, en dirección a Virgen de la Cabeza. Las ventanas de las casas permanecen abiertas deseando atrapar la poca brisa que corre. Todas las noches nos fijamos en el interior de las viviendas, imaginamos quién serán sus ocupantes, observamos la decoración que vemos desde la calle; nos reímos, incluso. Pero esta noche, mamá está enfadada, dolida, sigue en silencio. No le pienso pedir perdón por algo que no tiene importancia. 

Seguimos calladas durante unos veinte minutos hasta que ella se detiene y me pregunta la hora. Le digo que son casi las once. 

―Vamos a dar la vuelta. ―contesta―. Esta noche ponen el largometraje de Rebeca. 

―Ah, la de Betty Davis. 

―No, niña, es de Joan Fontane. 

―No, Betty Davis. 

―Que no, eso no me lo discutas, que la veía en el cine Capitol con mi hermano en la sesión continua y por dos pesetas nos tragábamos la película dos veces. 

―Vale, para ti la perra gorda. ―Damos la vuelta. Caminamos deprisa hacia casa. 

Enciendo el televisor; la película está empezada. Papá se ha acostado ya, tenemos todo el sofá para nosotras, abrimos la ventana y apagamos la luz para que no entren los mosquitos; cada una coge una bolsa de pipas y nos sentamos compartiendo el bol para echar las cáscaras. Nuestros rostros apenas se ven, solo nos ilumina la luz zigzagueante de la pantalla. 

―¿Te acostarás, después, en la cama de mi hermana? ―Le pregunto aprovechando que se ha ido este verano a compartir piso con unos amigos en Pedregalejos. No me gusta dormir sola. 

―Sí 

―Pero no ronques. 

―No. ―Los ojos y toda su atención están puestas en la película.