‒Hola cariño. ‒
Abrió la puerta de atrás, y metió la mochila‒ ¿Qué tal
el vuelo?
‒Todo bien. Te agradezco que hayas
venido a una hora tan intempestiva.
‒Así tenemos un ratito para nosotros‒
Me dice sonriendo.
Caigo en el asiento como en la bajada
de la montaña rusa, me vuelve a la boca el sabor del bocata de jamón. Ahora
vuelve a la carga: «Tienes que volver a tu vida… No puedes seguir cuidándola…
Perder ese trabajo sería una locura. Ella no tiene final, sé de qué te
hablo...»
‒Es verdad, nos vemos poco.
Y yo también sonrío intentando que no
me note la oleada de angustia.
‒¿Qué tal te han recibido? Ya hace
tres meses ¿Qué te dicen?
La bola de angustia se hace rabia,
quiero escupirle el fuego que me sube por la garganta: «No vayas por ahí… no
todos tenemos la misma facilidad para el abandono».
Desde que mamá tuvo el ictus está
empeñado en que “no me atrape”. Sé que nos quiere, y que él tampoco lo pasó
bien cuando nos dejó, pero me parece tan injusto que la culpe. Si dejo que la
dragona escupa no duermo esta noche, luego no sabré como salir del conflicto.
Respiro. El silencio se hace tenso.
‒Se hacen cargo, la verdad es que se
están portando muy bien, me están reservando las tareas que puedo hacer desde
aquí, y todavía se está haciendo cargo del pago de los vuelos.‒ Respondo
contenida.
Más silencio, y vuelve ‒impostando un
tono casual:
‒Pero todo tiene un límite. Estocolmo
está lejos, y hay cosas que requieren presencia.
‒Ella también requiere presencia. ‒No
logro evitar la respuesta.
‒Ella no tiene final.
‒Papá, por favor‒suplico.
Nuevo silencio
‒Tu hermano va dos veces a la semana,
y ya encontraste a alguien para limpiar. Estoy seguro de que puede ocuparse de
su ropa y de llevarle comida hecha.
‒Mi hermano se alimenta de pizzas y
burritos. ‒Escupo.
Me trago las palabras: «‒¡Ay papá!
Seguro hubieras preferido que muriera, y sé que ella nunca ha sido muy
autónoma, pero es mi madre, y quiero que esté bien».
Le pido a mi “yo sabia” que se haga
cargo de la situación, sé que todos lo estamos pasando mal, ya es bastante difícil
sin que me cuestione.
‒Por favor.
Silencio…
‒Sabes que puedes contar conmigo
¿Verdad?
‒Lo sé...Te quiero papá.
‒Y yo a tí mi niña.
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RELATO CORREGIDO
‒Hola cariño ‒Abre la puerta de atrás, y
mete la mochila‒. ¿Qué tal el vuelo?
‒Todo bien. Te agradezco que hayas venido a una
hora tan intempestiva.
‒Así tenemos un ratito para nosotros ‒me dice
sonriendo.
Caigo en el asiento como en la bajada de la
montaña rusa, me vuelve a la boca el sabor del bocata de jamón. Ahora seguro
que vuelve a la carga: «Tienes que volver a tu vida… No puedes seguir
cuidándola… Perder ese trabajo sería una locura. Ella no tiene final, sé de qué
te hablo...»
‒Es verdad, nos vemos poco.
Yo también sonrío intentando que no me note la
oleada de angustia.
‒¿Qué tal te han recibido? Ya hace tres meses
¿Qué te dicen?
La bola de angustia se hace rabia, quiero
escupirle el fuego que me sube por la garganta: «No vayas por ahí… No todos
tenemos la misma facilidad para el abandono».
Desde que mamá tuvo el ictus está empeñado en
que “no me atrape”. Sé que nos quiere, y que él tampoco lo pasó bien cuando nos
dejó, pero me parece tan injusto que la culpe. Si dejo que la dragona escupa no
duermo esta noche, luego no sabré como salir del conflicto. Respiro. El
silencio se hace tenso.
‒Se hacen cargo, la verdad es que se están
portando muy bien, me están reservando las tareas que puedo hacer desde aquí, y
todavía se está haciendo cargo del pago de los vuelos ‒respondo contenida.
Más silencio, y vuelve impostando un tono casual.
‒Pero todo tiene un límite. Estocolmo está
lejos, y hay cosas que requieren presencia.
‒Ella también requiere presencia. ‒No logro
evitar la respuesta.
‒Ella no tiene final.
‒Papá, por favor ‒suplico.
Nuevo silencio.
‒Tu hermano va dos veces a la semana, y ya encontraste
a alguien para limpiar. Estoy seguro de que puede ocuparse de su ropa y de
llevarle comida hecha.
‒Mi hermano se alimenta de pizzas y burritos.
Escupo.
Me trago las palabras: «‒¡Ay papá! Seguro
hubieras preferido que muriera, y sé que ella nunca ha sido muy autónoma, pero
es mi madre, y quiero que esté bien».
Le pido a mi “yo sabia” que se haga cargo de la
situación, sé que todos lo estamos pasando mal, ya es bastante difícil sin que
me cuestione.
‒Por favor.
Silencio…
‒Sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?
‒Lo sé... Te quiero papá.
‒Y yo a ti, mi niña.
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