lunes, 1 de diciembre de 2025

2_EJERCICIO_INMA JIMÉNEZ

 

Hola cariño. Abrió la puerta de atrás, y metió la mochila ¿Qué tal el vuelo?

‒Todo bien. Te agradezco que hayas venido a una hora tan intempestiva.

‒Así tenemos un ratito para nosotros‒ Me dice sonriendo.

Caigo en el asiento como en la bajada de la montaña rusa, me vuelve a la boca el sabor del bocata de jamón. Ahora vuelve a la carga: «Tienes que volver a tu vida… No puedes seguir cuidándola… Perder ese trabajo sería una locura. Ella no tiene final, sé de qué te hablo...»

‒Es verdad, nos vemos poco.

Y yo también sonrío intentando que no me note la oleada de angustia.

‒¿Qué tal te han recibido? Ya hace tres meses ¿Qué te dicen?

La bola de angustia se hace rabia, quiero escupirle el fuego que me sube por la garganta: «No vayas por ahí… no todos tenemos la misma facilidad para el abandono».

Desde que mamá tuvo el ictus está empeñado en que “no me atrape”. Sé que nos quiere, y que él tampoco lo pasó bien cuando nos dejó, pero me parece tan injusto que la culpe. Si dejo que la dragona escupa no duermo esta noche, luego no sabré como salir del conflicto. Respiro. El silencio se hace tenso.

‒Se hacen cargo, la verdad es que se están portando muy bien, me están reservando las tareas que puedo hacer desde aquí, y todavía se está haciendo cargo del pago de los vuelos.‒ Respondo contenida.

Más silencio, y vuelve ‒impostando un tono casual:

‒Pero todo tiene un límite. Estocolmo está lejos, y hay cosas que requieren presencia.

‒Ella también requiere presencia. ‒No logro evitar la respuesta.

‒Ella no tiene final.

‒Papá, por favor‒suplico.

Nuevo silencio

‒Tu hermano va dos veces a la semana, y ya encontraste a alguien para limpiar. Estoy seguro de que puede ocuparse de su ropa y de llevarle comida hecha.

‒Mi hermano se alimenta de pizzas y burritos. ‒Escupo.

Me trago las palabras: «‒¡Ay papá! Seguro hubieras preferido que muriera, y sé que ella nunca ha sido muy autónoma, pero es mi madre, y quiero que esté bien».

Le pido a mi “yo sabia” que se haga cargo de la situación, sé que todos lo estamos pasando mal, ya es bastante difícil sin que me cuestione.

‒Por favor.

Silencio…

‒Sabes que puedes contar conmigo ¿Verdad?

‒Lo sé...Te quiero papá.

‒Y yo a tí mi niña.


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RELATO CORREGIDO

 

‒Hola cariño ‒Abre la puerta de atrás, y mete la mochila‒. ¿Qué tal el vuelo?

‒Todo bien. Te agradezco que hayas venido a una hora tan intempestiva.

‒Así tenemos un ratito para nosotros ‒me dice sonriendo.

Caigo en el asiento como en la bajada de la montaña rusa, me vuelve a la boca el sabor del bocata de jamón. Ahora seguro que vuelve a la carga: «Tienes que volver a tu vida… No puedes seguir cuidándola… Perder ese trabajo sería una locura. Ella no tiene final, sé de qué te hablo...»

‒Es verdad, nos vemos poco.

Yo también sonrío intentando que no me note la oleada de angustia.

‒¿Qué tal te han recibido? Ya hace tres meses ¿Qué te dicen?

La bola de angustia se hace rabia, quiero escupirle el fuego que me sube por la garganta: «No vayas por ahí… No todos tenemos la misma facilidad para el abandono».

Desde que mamá tuvo el ictus está empeñado en que “no me atrape”. Sé que nos quiere, y que él tampoco lo pasó bien cuando nos dejó, pero me parece tan injusto que la culpe. Si dejo que la dragona escupa no duermo esta noche, luego no sabré como salir del conflicto. Respiro. El silencio se hace tenso.

‒Se hacen cargo, la verdad es que se están portando muy bien, me están reservando las tareas que puedo hacer desde aquí, y todavía se está haciendo cargo del pago de los vuelos ‒respondo contenida.

Más silencio, y vuelve impostando un tono casual.

‒Pero todo tiene un límite. Estocolmo está lejos, y hay cosas que requieren presencia.

‒Ella también requiere presencia. ‒No logro evitar la respuesta.

‒Ella no tiene final.

‒Papá, por favor ‒suplico.

Nuevo silencio.

‒Tu hermano va dos veces a la semana, y ya encontraste a alguien para limpiar. Estoy seguro de que puede ocuparse de su ropa y de llevarle comida hecha.

‒Mi hermano se alimenta de pizzas y burritos.

Escupo.

Me trago las palabras: «‒¡Ay papá! Seguro hubieras preferido que muriera, y sé que ella nunca ha sido muy autónoma, pero es mi madre, y quiero que esté bien».

Le pido a mi “yo sabia” que se haga cargo de la situación, sé que todos lo estamos pasando mal, ya es bastante difícil sin que me cuestione.

‒Por favor.

Silencio…

‒Sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?

‒Lo sé... Te quiero papá.

‒Y yo a ti, mi niña.

 

 

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