FIESTA DE CUMPLEAÑOS
Me ha invitado Mavi, una compañera de la Uni, para que vaya a
su fiesta de cumpleaños. La celebrará en el chalet, propiedad de sus padres en
una urbanización de gente pija, no muy lejos de la ciudad, donde pasan los
veranos. Le he preguntado a mis otras compañeras, también invitadas, cómo van a
ir vestidas, y como me han comentado que van a ir con ropas muy modernas, yo también
lo haré. Así no desentonaré del resto. Todas son bastante frikis y no les apetece
para nada ir arregladas a estilo más clásico.
“Voy a sacar la ropa que tengo escondida para estas ocasiones
y a vestirme antes de que llegue mi madre. Mi querida mami no hará otra cosa
que criticarme. A ella le gustaría que me arreglara como en sus tiempos. No
comprende que se lleve otro look y que yo tenga el estilo que ahora mola”.
“¡Ay, escucho que está metiendo la llave en la cerradura de
la puerta! Me he entretenido demasiado con el maquillaje y me ha pillado
infraganti. Ya no tengo escapatoria”.
Nada más verme me espeta, con toda la mala leche que a veces usa
cuando me comporto de forma diferente a la que a ella le gustaría:
—Alicia ¿Adónde vas vestida de esa manera?
—Mamá voy al cumple de mi amiga Mavi que lo celebra en el
chalet de sus padres.
—¡A un cumpleaños!¡Dios mío! No me digas que vas a ese chalet
en un sitio tan pijo vestida con unos pantalones rotos a girones por la
rodilla, los bajos deshilachados y una camiseta negra con una calavera blanca.
—Mamá voy más o menos como irán todas mis compañeras, aunque
a ti no te cuadre y te parezcamos unas chonis, es lo que se lleva.
—Yo no sé lo que es una choni, pero si eso es lo que se
lleva, parece más bien que vas vestida para pedir limosna en la puerta de un súper.
—Te lo parecerá a ti, pero la juventud de hoy viste así, y no
voy a pedir limosna. Voy una celebración de cumple.
—¡Alicia, te lo pido por favor! Quítate al menos los
pantalones.
—De eso nada. No me los quito. Son de marca y los he comprado
en la tienda de modas más in, que hay en toda la ciudad.
—¡Lo que me quedaba por escuchar! Te habrán costado un
dineral y parece que te lo has comprado en una tienda de tercera o cuarta mano.
—Pues sí, son caros, pero son igualitos a los que se pone Jennifer
López.
—¿Que una actriz de Hollywood viste así? ¡No puedo creerme
adónde hemos llegado!
—Vives en otra galaxia mami. En otra galaxia. La galaxia de
un tiempo pasado.
—Por lo que me dices, para ti, soy una extraterrestre.
—Tanto como una extraterrestre no, aunque siento que no me
comprendas, porque tú, siempre te has tenido por una mujer moderna.
—Moderna, pero con estilo. Siendo jovencita vi la película Desayuno
con diamantes, interpretada Audrey Hepburn, y le copié una falda estrecha
color fucsia que le llegaba justo por encima de las rodillas. Era una
preciosidad y yo iba con ella monísima. En la calle me llovían los piropos.
—Los piropos…los piropos, esa expresión machista con la que
los tíos manifiestan que para ellos solo somos un objeto de deseo. Yo no soporto
los piropos, si alguno se atreve a decirme uno le contesto que se lo diga a su
puta madre.
—¡Alicia, Alicia! No hables así. Esa no es la educación que
has recibido en esta casa. ¡Ay, si viviera tu padre! Delante de él no te
atreverías a utilizar ese lenguaje tan ordinario.
—Es que si viviera papá yo no estaría aquí contigo. Nunca
soporté su don de mando.
—Pues mi padre, a pesar de ser muy buen padre, en eso era
igual al tuyo, y yo viví en la casa familiar hasta que me casé.
—¿Buen padre siendo tan mandón? Lo dudo.
—Pues sí que lo era. Vivíamos en un pueblo muy criticón y no
quería que nadie hablara mal de mí. Aunque en ese momento me sentara fatal, después
comprendí porqué hizo que me quitara la falda estrecha fucsia el día que
vinieron unos tíos suyos de visita a casa.
—Al contarme esa anécdota, ¿no me estarás volviendo a pedir
que me quite los pantalones?
—No. No te lo estoy pidiendo. Te ordeno que te quites esos
asquerosos pantalones.
—Pues no me los voy a quitar. Eso es lo que hay, si no te
gusta te aguantas.
Sin escuchar lo que me decía, cogí el bolso, tiré con todas
mis fuerzas de la puerta y, sin decirle adiós, bajé corriendo por las escaleras
hasta la calle. Allí una brisa fresca me alivió el acaloramiento que llevaba,
mientras esperaba un taxi, para llegar puntual a la fiesta de cumpleaños de
Mavi.
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