lunes, 15 de diciembre de 2025

3_EJERCICIO_INMA JIMÉNEZ

 HETERÓNIMO

Álvaro Valbuena Castro nació en Madrid el 27 de abril de 1938. Hijo de Úrsula Valbuena Castro y Pedro “El largo”. Nunca supo los apellidos de su padre, muerto en combate un frío día de octubre de 1937.

 

En el verano de 1937 su padre defendía el frente norte de la ciudad de Madrid. Su madre formaba parte del equipo logístico que abastecía las tropas, y se enamoró de ese miliciano, que además de guapo y alto (por lo que se ganó su apodo), tenía un pico de oro.

 

Úrsula Valbuena era la única hija de un matrimonio andaluz. Su padre, Manuel Valbuena, era abogado de profesión, republicano, católico y muy conservador, vivía en Málaga junto a su esposa Mariana Castro. Los motivos que llevaron a Manuel y Mariana al altar poco tenían que ver con lo romántico, pero siempre se entendieron bien, y con los años la complicidad y el amor que se tenían les convirtió en un máquina bien engrasada. Úrsula fue el fruto tardío de ese amor, llegó cuando ya nadie la esperaba y se convirtió en el centro de la vida de la pareja.

 

Cuando Úrsula empezó a desviarse del camino que sus padres habían trazado para ella el matrimonio sufrió, pero nunca le retiraron su apoyo incondicional, ni siquiera cuando organizaba reuniones de mujeres (de toda clase social y en el mismísimo salón de su casa) para preparar acciones destinadas a conseguir el voto femenino. Tampoco cuando, después de estudiar magisterio, aceptó un destino como maestra rural en la sierra de Madrid.

 

En junio de 1937 Úrsula llevaba tres años en la escuela de Buitrago de Lozoya, y se había hecho muy amiga de la maestra de El Berrueco; Margarita Benitez. Margarita era gata, todas las generaciones de su familia (hasta donde ella sabía) habían nacido, vivido y fallecido en Madrid. Aquel año invitó a su amiga a pasar el verano con ella en casa de sus padres. Por eso cuando las fuerzas sublevadas dieron el golpe de estado que marcó el inicio de la guerra civil española Úrsula Valbuena estaba en Madrid.

 

Úrsula pasó toda la guerra en Madrid. La gestación de Álvaro se nutrió de amor y miedo, de hambre y de duelo. El largo murió poco después de ponerle nombre a su hijo: “Se llamará Álvarodijocomo mi abuelo”. Mientras las bombas caían sobre la ciudad ella lloraba la muerte de Pedro y se esforzaba por conseguir comida para que su hijo naciera sano. Lo consiguió. Álvaro pesó al nacer casi dos kilos setecientos cincuenta gramos, nunca fue alto como su padre, pero sobrevivió a la guerra y al hambre. El miedo, sin embargo, se le quedó pegado al alma como un alquitrán espeso.

 

Cuando terminó la guerra las cosas se pusieron muy difíciles en Madrid para una madre soltera y roja. Un amigo de Margarita le facilitó la vuelta a Málaga, pero tampoco allí sería fácil sobrevivir. Manuel había muerto a causa de una insuficiencia renal en enero de 1939. Mariana había empezado a trabajar como ama de curas en la residencia de los Salesianos gracias a los contactos de Enrique, el hermano de Manuel.

 

Fue el tío Enrique, el mismo que tan duramente la había criticado por su militancia a favor del voto femenino, quien la salvó.

 

Enrique Valbuena era tan repúblicano, católico y conservador como su hermano, amaba el orden y apoyaba el nuevo régimen, gracias a su don de gentes y su capacidad de trabajo y negociación acabó trabajando como funcionario del gobierno en el protectorado español en Marruecos.

Enrique tenía muchos contactos y una posición holgada en Tetuán. Cuando Mariana le pidió ayuda para su hija se apiadó de ella, consiguió sacar a su sobrina de la península, la puso en contacto con una pareja inglesa que acababan de afincarse en Tanger y buscaban una institutriz que hablara español.

 

Tánger en los albores de la guerra europea era un hervidero variopinto de personas de diversas procedencias. Úrsula causó muy buena impresión a la pareja de ingleses por lo que transigieron con la condición de llevar a su hijo con ella.

 

Álvaro pasó su infancia en Marruecos, recibió la misma educación que los pupilos de su madre, aprendió un poco de francés y bastante inglés, pero la delicada salud de su madre le jugó una mala pasada.

 

El 27 de agosto de 1945 Úrsula no vino a depertarle, Álvaro se levantó de la cama en la habitación que compartía con su madre, se acercó a su lecho donde la encontró rígida y fría, esa tarde escuchó al doctor decirle a Mr. White que había sido una hipoglucemia. El alquitrán de su alma le inundó hasta casi ahogarle. Los recuerdos de los días que siguieron todavía se amontonan desordenadamente en su mente, sabe que pasó algún tiempo en casa del tío Enrique y que luego le embarcaron dirección Algeciras donde la abuela Mariana le recogió.

 

Álvaro nunca supo porque su abuela decidió llevarle a vivir con su hermana Isabel. En su vida adulta se dijo que había sido una suerte que lo hiciera. La tía Isabel era soltera, se había quedado sola en la casa familiar de Cútar, un pequeño pueblo de la Axarquía colgado en la ladera de una montaña. Álvaro sabía que en la casa de los Salesianos nunca hubiera disfrutado de la libertad que tuvo en el pueblo, pero ni el cariño de Isabel ni la vida en el campo pudieron limpiar el peso que llevaba en el corazón.

 

Con siete años empezó a escribir cartas. La idea no fue suya, al menos no exactamente suya, el párroco del pueblo le había dicho que podía hablar con su madre todo lo que quisiera, que ella siempre estaba con él y le escuchaba desde el cielo. Luego la maestra le enseñó a escribir cartas:

 

Querida Abuela:

 

Espero que al recibo de la presente se encuentre usted bien, yo estoy bien a Dios gracias. Le escribo estas cuatro letras…

 

Esta fórmulas las usó hasta muy mayor. Dejó de hacerlo durante el servicio militar para escribirle a Paco, pero siguió usándolas con el resto de personas destinatarias de sus misivas.

 

Alvaro Valbuena escribió cartas toda su vida, primero a su madre y a su abuela. las dirigidas a su madre las enterraba a los pies del chirimoyo del patio sin que nadie se enterara. Poco a poco la gente del pueblo empezó a buscarle para que les leyera, o le escribiera, la escasa correspondencia que intercambiaban. En los dos años que pasó en la Marina escribió mucho. A la tía Isabel, al párroco, a la maestra, al boticario y, sobretodo, a Paquito. Cuando terminó la mili empezó a escribir porque si. Le gustaba “disfrazarse”, un día era una colegiala enamorada escribiendo a su amado y otro un abuelo indignado que mandaba una misiva al Excmo. Ayuntamiento informando del mal estado del pavimento de su calle. Empezó a descubrir muchas partes de si mismo expresándose en sus cartas, a explorar sus preocupaciones, a repetirse en los temas. El miedo, la muerte, el amor prohibido, la culpa y la vergüenza de ser, la culpa y la vergüenza de no defender los que se es. Escribió tanto y tan profundo que en los años 80 se decidió a publicar.

 

Cuando terminó la mili visitó a su abuela en Málaga. El tío Enrique y su esposa habían vuelto a la ciudad y le invitaron a quedase en su casa. Álvaro aprovecho este tiempo para hacer un curso de taquigrafía y mecanografía. Encontró trabajo en una oficina y ahorró un poco de dinero y se fue a Barcelona donde Paquito había empezado a trabajar en un local nocturno.

 

En Barcelona trabajó dos meses como dependiente en una tienda de ropa y luego en la oficina de una gran imprenta donde pasó el resto de su vida laboral.

 

El de junio de 1977 Álvaro y Paquito participaron en la primera manifestación masiva del orgullo gay de Barcelona.

 

En diciembre de 1984 la revista “Party” publicaba esta carta de un autor totalmente desconocido hasta entonces, con el título: “La carta que me devolvió la dignidad”

 

Cádiz a 26 de noviembre de 1956.

 

Paquito de mis entretelas:

 

No veo el momento de volver a encontrarme contigo. Vida mía resiste, no te rindas, por la gloria de mi madre te juro que en cuanto pueda quitarme estas horrorosas botas militares iré a buscarte. Nos iremos lejos, lejos donde no haya nadie, lejos donde ya no tenga que esconderme. Te juro amor mio que subiré a una montaña y dejaré que el eco de mis gritos repita: Paco Gutierrez… errez… errez... Paquito… ito… ito… ito… es el amor… mor… mor… de mi vida… ida… ida… ida…

 

Paquito cariño, perdóname. He sido tan cobarde, no merezco tu perdón, aún así, te lo imploro. Me muero de vergüenza recordando la salida del colegio cuando los niños hacían corrillo cantándote: “Paca, Paquita, mariquita azúcar…” y yo en el corro, me movía para que nadie viera que yo no cantaba. Nunca te defendí. Luego cuando todos merendaban en sus casa nos encontrábamos en el río y yo llevaba las cartas que escribía a mi madre. Nadie nunca las leyó, solo tu mi vida, yo te las confiaba como un tesoro y las leías despacito. Nunca me traicionaste mi amor, porque tu, tu si que eres valiente, ni siquiera cuando te tiraban piedras y yo participaba, con cuidado de no darte eso si… cobarde, gusano.

 

Supe por el Eusebio que después de la jura de bandera te mandaron a Burgos, y que allí sigues siendo el saco en el que muchos descargan los golpes, “el maricón de mierda”. Cabrones, me enciendo al pensar lo que puedes estar viviendo, y yo el mismo gusano de siempre te escribo cartas encerrado en la letrina, me han puesto de mote de “El estreñio”. Cuando limpio las oficinas de Capitanía rebusco en las papeleras, siso el papel arrugado y los cabos de lápiz, alargo los lápices atándoles una caña y con eso te escribo cartas, luego como el cobarde que soy las rompo en pedacitos muy pequeños y las tiro en la letrina, uso la basura de los oficiales para escribir cartas de amor y luego las tiro con la mierda de todos.

 

Pero esta carta mi amor no voy a romperla, algún día te la daré, mientras tanto la llevaré en el bolsillo.

 

Paquito estoy descubriendo que tengo dos formas de vivir las cosas que me dan miedo, intentar no vivirlas (como cuando pedía por dentro que dejaran de tirarte piedras) o vivirlas aunque den miedo y confiar en que tendré la fuerza y la inteligencia que necesite para hacerlo cuando llegue el momento.

 

Llevaré esta carta en el bolsillo hasta que pueda dártela porque quiero entrenarme en ser digno de tu amor.

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